- En 2007 perdió una pierna y sufrió daños severos en otras dos extremidades
- Ha tenido que alquilar un bajo y sólo le quedan para vivir 250 euros al mes
- Hace 20 meses que espera pasar por un tribunal médico que acredite su estado
A cuatro de los héroes de guerra los llevaron al concurrido patio central y les dieron el galardón.
A los dos chavales amputados por aquella mina los llevaron a escondidas a un patio apartado, a solas con sus familias venidas de lejos. Y les colgaron las medallas como yugos. Uno de ellos era Rubén.
Le faltaba la pierna izquierda, no movía la derecha, traía destrozado un brazo y había lustrado y todo su muleta marcial. Al lisiado había que esconderlo.
"El homenaje fue el 23 de febrero de 2008. Tenían a nuestros hijos como ocultos. Le pregunté a un general que por qué les daban las medallas a parte. Sin la gente presente. Me contestó que quedaban dos semanas para las elecciones y que no podían salir ahí".
Cuando el desfile de honor comenzó, a Rubén y a su compañero los mezclaron con el público para que no llamaran la atención. Ellos miraban.
Desfilaban los soldaditos enteros, todo por la patria.
Aquel 24 de septiembre de 2007, Rubén López tenía 19 años y una manzana por morder llamada Ejército. Llevaba tres meses y medio el paraca de Albacete en la base afgana de Camp Arena cuando sufrió el atentado terrorista.
"Nos despertaron y fuimos en el blindado a hacer una patrulla. A las nueve de la mañana explotó el artefacto. Era una mina que habían accionado a distancia.
De los nueve que íbamos murieron tres, dos españoles y el intérprete. Dos fuimos heridos graves y el resto, leves. Caí encima del vehículo, en la parte delantera. No perdí la conciencia y lo recuerdo todo. Vinieron los compañeros a socorrerme. Estuve cuatro horas esperando allí. Me hicieron un torniquete, me pusieron suero...
Tenía la pierna izquierda arrancada allí, junto a la cabeza".
Era mediodía en España y el teléfono ardía.
-¿Familiares de Rubén López?
-Sí, digame.
-Ha habido un accidente. Ha explotado una mina.
-¿Cómo está?
-Está vivo, pero no le puedo decir más.
"Hasta las nueve de la noche no nos dijeron que tenía afectadas las extremidades", recuerda Araceli, la madre. "A las cuatro de la madrugada ya nos contaron lo de la pierna izquierda amputada y lo de que la izquierda la tenía muy mal. A los cuatro días nos enteramos de lo del brazo izquierdo".
Una semana más tarde estaba en el Hospital Gómez Ulla de Madrid. Amanecía un chaval reconstruido. Ocho meses ingresado, 16 operaciones, tres infecciones y varias extremidades remachadas con tornillos, desde las caderas hasta la punta de los dedos.
Mamá Araceli dejó su trabajo en el geriátrico para estar al pie de cama, la novia se esfumó y aquel padre que desapareció de casa cuando él tenía cuatro años apareció un tiempo para después seguir de fantasma. Cuando en junio llegó por fin a su hogar, en Albacete, el héroe Rubén era ya un soldadito de plomo.
"Yo lo mandé bien y me lo devuelven mal", comienza su alegato antibelicista Araceli. "Estoy enfadada con todos los mandos, con el trato, con el abandono... No hay derecho a que los lleven allí. No entiendo qué hacen en Afganistán. Tienen prohibido disparar pero ellos están a tiro. El primer día te dan la palmadita y te dicen: 'Aquí estamos para lo que necesiten'. Luego ni se acuerdan. No somos ricos. Somos pobres".
Suman cuatro bocas en la familia y la mina antipersonas también estalló el 24 de septiembre bajo la mesa camilla. Tiran de la misma hucha sus hermanos pequeños –Omar y Marina–, su madre y él, el hombre de la casa, quien con los 1.100 eurazos que ganaba le iba a poner la nevera nueva a la madre, y un lavavajillas, y una lavadora de reina para que no se despellejara esas manos.
Araceli dejó su trabajo fijo en la residencia de ancianos para cuidar al hijo y ahora trae 480 euros mensuales limpiando lo que salga. Y a Rubén, que tuvo que irse a una casa adaptada de esas con rampa (su madre vive en un tercero sin ascensor), le quedan limpios unos 250 tras pagar el alquiler.
Ahí sigue encadenado a una pierna que no tiene. Porque figura como miembro activo del Ejército, pero va a cumplir ya dos años de baja a la espera de que un tribunal militar dictamine su grado de minusvalía.
"Lo que queremos es que arreglen la situación. Hasta que no lo hagan, él no puede rehacer su vida...", señala la madre. "Dan dinero con las medallas rojas, pero esas sólo se las dan a los muertos. Y los muertos no las necesitan. Las necesitamos los vivos".
Dice Rubén que de Afganistán le quedan el orgullo del "deber cumplido", las medallas aquellas de la vergüenza, la imagen patética de los "chalecos antibalas agarrados con cinta aislante" y una ensoñación a lo 'Apocalipsis Now'. "He soñado mucho con el momento de la explosión. Me levantaba con las mandíbulas doloridas de apretarlas y con un zumbido de oídos. Estuve meses con eso. Ya no".
Del horror queda un eco vago y oscuro. Con lo que nada mejor que este bajo con mucha luz.
La luz: tiene nueva novia y hay todo un escuadrón de cosas por hacer. Dos horas de rehabilitación. Ir a la piscina. Sacar al perro.
"Soy joven y no voy a estar todo el día parado. De momento los planes son vivir, buscarme un trabajo cuando pueda, hacer una vida normal".
Madre llega todos los días a hacerle la comida y aguanta hasta bien entrada la tarde.
La vida sigue y Rubén espera sentado a que el Ejército certifique que es verdad que le falta una pierna para así tener una remuneración digna. Porque la nevera nueva y la lavadora de reina esperan embaladas en algún lugar del mundo.
Rubén es un militar duro. De esos que se encogen de hombros, hacen "psshe", tienen un puño americano y han visto ocho veces 'La chaqueta metálica'.
Así que verle con la mirada así sólo puede responder a que se le ha metido algo de polvo en los ojos.